Puede que China se esté modernizando muy rápido, pero los suntuosos rascacielos, los concesionarios de Lamborghini y los trenes Maglev conforman solo la llamativa fachada de la civilización ininterrumpida más antigua del mundo. Sin embargo, si el viajero recorre selectivamente el país, pronto hallará que China es una país con una riqueza histórica inigualable: podrá reflexionar sobre los mitos y leyendas de la Ciudad Prohibida, asombrarse gracias a la Gran Muralla, intentar captar las intemporales expresiones de los silenciosos Guerreros de Terracota, rendirse al encanto de Píngyáo –la ciudad amurallada mejor conservada de China–, entrever el nirvana en las apacibles cuevas de Mògāo cerca de Dūnhuáng, deambular por los pueblos históricos de Wùyuán, despertarse con el canto del gallo en un antiguo edificio circular de los hakka, o unirse a los bien vestidos peregrinos tibetanos en su largo kora en torno al monasterio de Labrang.
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